martes, 31 de marzo de 2009

¿Cómo localizarte Señora Felicidad?




Era navidad y la mesa que siempre había estado ocupada, ahora estaba vacía. En un accidente de avión, Juan Diego de 52 años, había perdido a su mujer y a su única hija. Era todo cuanto tenía, su única familia, sus padres ya habían muerto unos años atrás, y solo le quedaba un familiar lejano con quien no mantenía contacto alguno.

Juan Diego había nacido en Argentina y cuando tenía 44 años se vino a vivir a España, concretamente a Santa Cruz de Tenerife. Vino con su mujer y su hija motivados por la búsqueda de una vida mejor en la capital tinerfeña. Había tenido que huir de su vida en su ciudad natal, Buenos Aires, la fuerte crisis que había asolado al país le había arrebatado todo por cuanto había luchado, su trabajo, su coche, sus dos fincas…., en definitiva, todo. La maldita crisis le había dejado sin nada, y para colmo tuvo que huir a un país, el cual realizó mucho daño a la tierra de la carne gaucha.

Durante su vida, tuvo la mala suerte o quizás buena suerte de vivir sucesos nefastos en su país, y digo buena suerte, porque gracias a todo lo malo consiguió descubrir el sentido de la vida, el por qué merecía la pena vivir, aprendió de lo malo, de lo nimio, consiguió así limar tales asperezas hasta que un día de repente sin nada, pero con su mujer y su hija se dio cuenta de que era feliz.

Desde pequeño tuvo el sueño de poseer, de poseer y de poseer, solo soñaba con ser rico, popular, tener todo cuanto quería, porque creía que así lo necesitaba, pero solo perdiéndolo, se dio cuenta que todo cuanto quería y necesitaba, era a su propia familia, la que había ido forjando con el paso del ciclo biológico y del tiempo, a su mujer y su hija.

Ahora sin embargo, ya sí que lo había perdido todo, la carne que tenia puesta en el plato la noche de Nochebuena no sabía igual, la casa se había convertido en lúgubre y fría, y el vino sacado de las mejores uvas de rioja, parecía haber sido sacado de la parra de la propia muerte.

Cada día desde el accidente cuando se levantaba, se pellizcaba los brazos pidiendo a gritos despertar de aquella pesadilla, sin embargo, sabría que nunca despertaría. Desde que ocurrió la tragedia entró en una espiral paranoica empujado por la soledad que le acaecía. Tal fue la magnitud de esa sensación de sinrazón y soledad, que sin darse cuenta, o sin querer darse cuenta, se fue aislando en su propio mundo, en su mundo ficticio donde los demás eran reyes y él, súbdito.

Un día, ya no aguantó más, estaba cansado de mirar por la ventana y ver a la gente feliz, verlas reír y seguir sus vidas, no podía entender que su vida fuera tan insignificante ante ellos, y el hecho de pensar que su huida del mundo terrenal en el que vivía supondría tan poco para la humanidad, le hacía despreciarlos, es más los odiaba, y no solo eso, tal hecho de sentirse tan insignificante le invitaba aun más a coger el tren con destino a la muerte y terminar de una vez por todas con la soledad, angustia y las míseras ganas de vivir que aún le quedaban.

Su mujer e hijas le habían dejado de herencia vivir las vidas que ellas habían perdido en el avión, pero él no había aceptado la herencia, se auto castigaba sin un por qué, incluso se auto culpaba de sus muerte, pensando equivocadamente que no tendría que haber invitado a que su mujer viajara con su pequeña. Se culpaba de todo, de no haber hecho el amor con ella una última vez, de no haberla acariciado hasta dejar desgastadas sus yemas, de no haber sido paciente algunas veces con su pequeña de 10 años, y se culpaba de muchas más situaciones que él seguía recordando día a día, y que suponían martilleos en su ahora frágil corazón.

Aquella noche ya no aguantaba más, cada día que pasaba sentía como su cabeza la iba perdiendo poco a poco, se miraba al espejo, y lo primero que pensaba es que era un cobarde, que estaba viviendo una vida que no quería, pero que sin embargo no podía arrebatársela, hasta aquel 25 de diciembre.

Sentado frente al televisor en aquella mesa tan amplia, gastó su dinero en el mejor vino que había podido comprar. Cuando llevaba más de media botella, y se notaba embriagado por el alcohol, entró en una pena muy profunda, la cual estaba pidiendo desde hace tiempo para lograr el cometido que tenía entre manos. Empezó a llorar durante minutos, sabía que era el final, lo deseaba. Siempre había tenido miedo a la muerte, y aunque hubiera tenido motivos para hacerle frente, sabía que no podía con ella, que el miedo a ella era superior a él, sin embargo, ese día saco fuerzas de flaqueza, ni siquiera él sabía de donde las sacaba, pensó que sería del vino que le había dado poderes mágicos o algo, así que abrió el cianuro que se había agenciado ilegalmente, y lo vertió en la media copa que aún le quedaba.

Estaba preparado a beber, poseía la copa en la mano pero seguía sin atreverse, aunque el vino le hubiera dado una fuerza que él no creía reconocer, seguía sin poder. El odio hacia la vida, hacia la continuidad de esta y el mero hecho de ver las fotos de todo cuanto le había sido arrebatado fueron principales culpables para que retomara la decisión de beber con más ganas que nunca, fue su empujón definitivo hacia el fin.

Decidió entonces beber, bebió todo el contenido amargo y los efectos no se hicieron esperar demasiado, 35 minutos después de convulsiones, quemazón interna y ahogo, su temperatura corporal comenzó a descender, sus labios gruesos, tez y extremidades empezaron a adquirir un color púrpura, mientras, de una forma inesperada para él, en tanto que todo esto ocurría, empezó a sentirse feliz, había recobrado de repente aquello que dejó de sentir cuando su mujer e hija fallecieron. Se había quitado de encima una culpabilidad ridícula, pero que le pesaba como sacos de hormigón, y le surgió un pensamiento mientras se asfixiaba que no paraba de repetirse para su ser, ”soy feliz, ahora Sí”. Este pensamiento se lo repitió hasta que por fin su corazón paró y su sufrimiento físico terminó, pero internamente para él, fue uno de los mejores placeres que experimentó, recobró la felicidad en el momento que lo necesitó, y se fue del mundo de una forma cobarde, pero feliz, saboreando y tomando por dulce a su amarga muerte. Murió con la sonrisa en la boca, feliz....

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