miércoles, 25 de marzo de 2009

La Historia de "Álvaro el Grande".



Era jueves 11 de mayo de 2000 en Benidorm, pegaba fuerte el Lorenzo. A las 12 de la mañana se levantaba el protagonista de nuestra historia, Álvaro, nuestro “pequeño” de 16 años. Cuando se levantó, lo primero que hizo fue mirar la hora que era, y se dio cuenta que se había quedado dormido y no había podido asistir al examen que en esos momentos estaban realizando sus compañeros de clase. Obviamente, lo primero que hizo fue cagarse en todos sus familiares inclusive el abuelo de su bisabuelo, aunque en realidad el mosqueo que tenía era con el móvil que supuestamente no había sonado.

Se levantó y busco el móvil, para ver por qué leches en este no había sonado la alarma, y lo que se encontró al buscarlo, fue un móvil desguazado en el suelo. El no entendía nada, así que lo primero que pensó fue que había sido su hermano pequeño, y empezó a preparar mentalmente la “bulla” que luego le echaría al mimado de la casa. Lo que él no sabía, es que había sido él, que tras escuchar la primera alarma lo había lanzado a la pared con fuerza, provocando así tal efecto devastador en el móvil.

Con más mala cara que Marujita Diaz sin maquillar, bueno, y maquillada también, se dispuso a asearse y desayunar. Los hechos fueron así:

- Lo primero que hizo fue ir a mear y echar esa meada larga sin fin.

- Lo segundo, decir nuevamente “¡Me cago en mis m……..!”

- Lo tercero, ducharse, y como era muy flojo, se duchó sentado en un taburete.

- Lo cuarto, ponerse las lentillas. He de hacer un inciso en este hecho y es el de comunicar que el joven Álvaro, llevaba lentillas, porque debido a su baja estatura, cuando utilizaba gafas, éstas se le empañaban con el sudor de los pies.

- Lo quinto, vestirse.

- Lo sexto, desayunar un trozo de pizza frio que había sobrado de la noche anterior.

- Y por último, se lavó los dientes. También recalcar aquí, que le gustaba lavarse los dientes con fuerza, porque le sangraban las encías y le resultaba cómico mirarse al espejo con la boca sangrando, mientras decía algo así como “¡Soy Edward Collen, soy Edward Collen!

Después de estas gilipolleces aquí descritas y realizadas por el susodicho muchacho con menos estatura que Galindo, se dispuso a coger su vehículo de transporte para ir al médico de urgencia. Su vehículo era un patinete de batería de esos que regalaron a “puñaos” hace 3 o 4 años, y ahí iba él, conduciendo, desafiando a la gravedad y a Valentino Rossi a 10 km/h con los pies colgando, porque no le llegaban ni al suelo.

Cuando llegó al médico de urgencia, se encontró lo que uno se encuentra siempre que va: a la anciana, o en su defecto, anciano, que parece que vive allí, y no es que esté malo, es que es más divertido ver los males de la gente que ver los documentales de la 2. También se encontraba allí al típico jovenzuelo de 15 años muy enfermo y más blanco que el culo de una monja, acompañado de su madre que solo sabía decir “¡Ay este niño, ay, si es que ha cogido frió!, o ¡es que come muy mal!”. Inmediatamente cuando una madre decía esto, aparecía el “medico infiltrado” para decir que eso era la gripe, aunque en realidad lo que todos los allí presentes pensaban era: “Señora que es gordo, que lo que tiene es un empacho”. Pero ya sabéis que no solo te encuentras estos sujetos en urgencias, también hay otros que merece la pena mencionar, como el bebé con su o sus progenitores súper preocupadísimos, el hipocondríaco, la maruja de turno, y el que me hace más gracia, el quejica. El quejica es aquel sujeto que siempre está en todos los médicos del universo y de cualquier galaxia exista o esté por existir, cuya función es quejarse, y como supongo que lo hace porque es gratis, pues este lo hace y de lo lindo, se queja sobre que lleva horas esperando, aunque lleve 5 minutos, se queja del mal funcionamiento de la clínica, y también se queja del mal servicio que le ofrecen con la típica frase: “¡Aquí se entra con un dolor de cabeza, y sales escayolao!”, y digo yo, “¡¿po pa que coño va shurra?!”. Resumiendo, que en las clínicas se encuentran estos sujetos, pero hay más, o en su defecto, derivaciones de estos, pero no son tan asiduos como los descritos.

Retomando la historia sobre “Álvaro el Grande” como lo llamaban sus amigos de cariño, el joven esperó allí sentado durante 45 minutos hasta que lo atendieron. Cuando entró, el médico volvió a decir: “¡siguiente!”, porque seguía sin ver al joven, así que éste se subió al asiento, para que así pudiera verlo. El “primo” del enano de “Jackass” le dijo al médico que se encontraba mal, que le dolía la garganta y que no había podido asistir a clase, y que le dijera que qué le pasaba y si le podía dar un justificante. El médico accedió sin regañadientes, le dijo que tenía una inflamación en la garganta, por decirle algo, y también le dijo que se tomara un “Efenergá”, como dice la gente en vez de “Eferalgan”, y que reposara cómodamente.

Álvaro más contento que Michael Jackson en una guardería se montó en su súper patinete y se fue a la playa para matar el tiempo. Todo le había salido a pedir de boca, lo que no sabía el tonto es que el examen era el Viernes y no el Jueves.

En la playa, se puso en gayumbos, eran unos bóxer que por el tamaño parecían de Ken, si ese, ¡el de las barbies joe!, dio dos pasos en la orilla en la playa de Valdelagrana, donde ya le cubría del todo (no era muy difícil), con tal mala suerte de que le pico una medusa, que debido a su envergadura, le causó un enrojecimiento y una hinchazón en la mitad de su cuerpo, con tan mala pata, que un pescador que pasaba por allí, lo confundió con una especie marina, y le metió tal arponazo que lo clavó como a un pinchito. Cuando el pescador se dio cuenta de que no era una especie marina, creyó que era un bombero torero, y se largó “por patas”, porque había escuchado que los enanos tenían muy mala leche, así que lo dejo allí tirado.

Cuando lo encontraron, lo llevaron al hospital, donde estuvo ingresado 23 días 4 horas y 6 minutos, con tan mala suerte para sus padres, que salió ileso.

Hasta la actualidad llevó una vida corriente, y aprendió, la lección: “Si finges o mientes, te dan un arponazo”. Hoy en día Álvaro, tiene 25 años y trabaja como presentador del programa de Canal Sur “Enanitos por el Mundo”, está casado con Almudena Martínez, la “Chiqui”, son felices, y están a la espera de un “pequeño” renacuajo.



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